Por Virginia Alberdi Benitez
http://www.granma.cubaweb.cu/2007/09/27/cultura/artic01.html
Un título tan conciso y al mismo tiempo cósmico como Historia de amor —diez dibujos, seis pinturas, cuatro piezas de cerámica y una de bronce— rebasa con creces las expectativas que en muchos despertó la exposición con la que Pedro Pablo Oliva (Pinar del Río, 1949) cumplió la invitación que el Museo Nacional de Bellas Artes formula a quienes han sido distinguidos con el Premio Nacional de Artes Plásticas.
En efecto, hay mucho amor de raíces históricas en estas extraordinarias y reflexivas creaciones que resumen, en alguna medida, las contribuciones, preocupaciones e interrogantes que se ha planteado uno de los artistas de mayor jerarquía en el panorama artístico nacional de las últimas décadas.
Y es que Pedro Pablo, desde que estudiaba en la Escuela Nacional de Arte y participó en sus primeros salones, se distinguió no solo por un impecable dibujo y un olfato compositivo de primer orden, sino por plasmar con sinceridad y sólidos argumentos plásticos el testimonio de sueños, conflictos y pasiones de un cubano, dotado de altas virtudes creativas, que nunca podrá ser indiferente a su tiempo en la tierra donde vive.
Al decir del escritor Reynaldo González, "sus cuadros —y nosotros también señalaríamos sus obras en otros soportes— se suman a una crónica sin final, que va de la búsqueda incisiva, como la mirada de un miope, al panorama ambicioso, que aspira a ser un fresco epocal, una gran escenografía donde los personajes se integran con el atrezzo y la atmósfera. Teatro de campo y de ciudad, de existencias".
Es un verdadero gusto, acompañado por estremecimientos y ensoñaciones, paladear cada una de las piezas de este conjunto que abarca realizaciones que datan de 1980 hasta hoy.
El punto focal, indefectiblemente, se fija en El gran apagón, lienzo pintado en 1994. No existe posiblemente un cuadro que refleje con tanta intensidad, complejidad y altura pictórica la trama de un momento en que se puso a prueba la capacidad de resistir y sobreponernos a las dificultades. Todo cubano puede compartir los diversos sentimientos que genera una obra de composición minuciosa, abierta a múltiples episodios y a la vez sintética.
Sin embargo ese proceder estético marca, con igual eficacia y hondura, otras realizaciones expuestas en el Edificio de Arte Cubano. Basta con fijarse en las obras de la serie Alegrías y tristezas del Malecón para advertir metáforas sugerentes y logradas sobre la convivencia, el sentido de la vida, la interrogación del destino y la defensa de la imaginación.
Un humor desgarrado y cuestionador se advierte en sus cerámicas, donde subvierte los valores utilitarios del medio para componer, fiel a su percepción del pulso social de la isla, construcciones costumbristas desmitificadoras como Bodas de peninsulares y criollas o Nueva historia de Mamá Inés.
Al referirse al artista, su colega Manuel López Oliva lo califica como "narrador de cuentos pensados pictóricamente, revelador de lo noble y lo venenoso, pueblerino universalizado" y como "individuo de fecundo compromiso con su tiempo y circunstancia, quien no obstante la dimensión hedonista y jovial de sus imágenes, logra trascender la identidad cerrada del estilo con lo diverso de sus asuntos".
Todo esto es y mucho más Pedro Pablo Oliva, quien con Historia de amor nos compromete
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